¿Cómo es al tacto la piel de una vaca??, ¿sabíais que las
cebollas crecen en la tierra??, ¿habéis limpiado una lubina por dentro y le
habéis sacado las tripas?, ¿y pisado una mierda de caballo?. ¿a qué huelen las nubes?. Que hoy día la pregunta
más común y la respuesta más fácil sea la última, es cuanto menos,
descorazonador.
Vivimos en una sociedad donde al plástico y a lo sintético
le llaman eco piel. Conste que respeto a quien por convicción no quiere llevar
piel de animales, pero que un bolso de plástico lo cobren a precio de Visón,
porque deciden llamarlo piel vegana, me toca las pelotas.
Un tiempo en que el veganismo le come el terreno (nada más
que eso porque si no le dan arcadas) al entrecot. Donde todo el mundo se
etiqueta en algo, la cienciología, el yoguismo, el antitabaquismo. Nuevas religiones
que uno abraza de la mañana a la noche y
se convierte en el más sectario de la secta. La quinoa ha sustituido a las hostias
consagradas, el yoga al rosario y las mallas de runner a las sotanas.
Un tiempo en el que las herboristerías son legión. La gente
toma té verde con aroma de romero o poleo menta antioxidante, pero piensan que
las hierbas crecen en las bolsas reciclables. Y lo que no han probado nunca es
a coger el poleo del suelo con sus impurezas, sus flores moradas que luego hay
que pasar por el colador. Mejor en la bolsita limpio y listo para consumir. Eso
sí, luego al contenedor amarillo, si no, sacrilegio.
Una época en la que buscamos el contacto con la naturaleza y
nos parece encontrarlo en un documental, en practicar un poco de running o
subir a Navacerrada un domingo a ver la nieve. Que nos creemos los más sanos
por tener un huerto urbano y pagar un riñón por los tomates ecológicos, los
huevos camperos y el pollo de corral no transgénico. Pero en nuestra puñetera vida
hemos pisado una granja para saber que los pollos no son simétricos, ni los
huevos perfectos, ni los tomates de un reluciente rojo Russian Red.
Una sociedad que detesta la impureza y decora la realidad
por si acaso se hieren sensibilidades. Eso sí, no hay escrúpulos si se habla de
economía. Nos da pena cómo se mata a un cordero, pero los lobos de Wall Street
se los zampan a miles cada día para alimentar su hambre de dinero.
La televisión está petada de programas de cocina, que a
todos nos encantan. Todo el mundo deconstruye, hace crujientes, reducciones,
pero ¿qué cocinero aparece sacando las tripas al besugo para hacerlo al horno
con Pedro Ximénez??. Los lomos siempre
aparecen perfectos, cuadrados, limpios, de colores brillantes, como las piezas
del LEGO. La pata del cochinillo, tan irreal, que parece dibujada en cómic. El
solomillo es tan rosado y suave como el terciopelo. Y los lomos de merluza
blancos y enjutos como pastillas de jabón, para lavarte las manos con ellos si
algo de realidad te salpica.
El único contacto animal son los toros, los zoos o los
circos. Nos encantan los animales, pero los más reales con los que convivimos
son los perros y gatos monísimos que humanizamos con cada foto de Instagram. La gente es capaz de atarse a un árbol para pedir por sus
derechos como si la causa le fuera la vida en ello, pero luego no se va a vivir
con su pareja porque le asusta el compromiso.
Se huye de la sangre, de la víscera, de la entraña, pero en todos los aspectos de
la vida. Pasiones ficticias, la hipocresía hecha reivindicación. La vida hecha
plástico, envuelta en piel vegana. O en papel film, que para el caso es lo
mismo y así, nunca te manchas.