domingo, 3 de noviembre de 2013

CAMARERISMO ILUSTRADO

Soy una fascinada de los buenos bares y de los buenos camareros, lo reconozco. Camilo José Cela dijo que "ser universitario es una forma de ser". Yo lo traslado a los camareros; ser camarero es una forma de ser, pero ser camarero y universitario, una putada. Sí, una nueva casta social en esta eterna crisis que nos invade, y que conlleva una insatisfacción personal que se traduce en una cara más amarga que el bitter que se piden las abuelas en los bares. 

Y como me he dado cuenta que el hombre perfecto no existe, tengo una nueva misión, buscar al camarero perfecto, completo, redondo, el que te reconcilia con el mundo y con tu vida, porque en el bar es donde te ríes, desparramas, te olvidas de las miserias, de tus jefes, de los niños y te encuentras, por unos momentos, en ese estado de felicidad, que por fugaz, es incomparable. Los camareros, los nuevos curas.


Y después de esta pseudo oda al camarerismo ilustrado, me atrevo con una clasificación que me ha llevado días, tardes y noches de investigación. Rigurosos estudios entre vinos, cañas, copas, bailes y risas, largas veladas de análisis y ninguna vana. Siendo una apasionada de la gente, de las relaciones y de los buenos bares (aprovecho para recomendar mi otro blog PINTAN COPAS), que cualquier momento para revenderse es bueno. Ahí va: 

El camarero de toalavida: Ese viejuno, entradito en años, que imaginas con chándal de domingo cuando se quita el uniforme, leyendo el marca y birra en mano. De esos con peine en el bolsillo de púa fina, porque la gorda dejó de usarla hace tiempo. De los que te hacen cumplidos como… "qué desean estas chicas tan guapas"… o los de la broma sempiterna española, rancia y manida… que cuando respondes "no sé qué pedir" ellos dicen, "de eso no tenemos señorita". Pero también el que sigue el código del bar, que es que cuando te dejas tres rondas, la cuarta la paga él, porque sabe que ese es un código no escrito que hay que respetar, como el de no mirar la picha del de al lado en los baños. Un pacto de caballero, de camarero.

El camarero de hielo, los Robocops de la bandeja.  Robots de restaurantes pijos, perfectamente uniformados con rostro impertérrito, músculos definidos. Mirada de zombie, preguntas de guión. "Desea algo más, le retiro los platos", "esto es mousse de uva caramelizada con cornete de foia…" Un discurso que podrían repetirían hasta el infinito si dieses otra vez al play. Un robot que vendría mejor para otros menesteres que para llevar una bandeja.

El camarero amargado, revenío. Ese que está más quemado que la pipa de un indio. El que te sirve con desgana, te gruñe si no sigues las normas. Le jodes si consumes y le jodes también si sólo te tomas un café en toa la tarde porque no hace caja. Al que le pesan el lumbago y la mala hostia a partes iguales. El que te mete el dedo dentro de la caña cuando la sirve y encima le jode que te moleste. El que mide las putas patatas que te tomas como si te estuviera poniendo gamba de Huelva. 

El camarero acelerado, el aguililla. Una especie muy asentada en el sur. El que no para de hablar y hace chistes rápidos aprehendidos, coquetea. Y sube, baja, pilla la orden de 7 cafés distintos, el cortado, descafeinado de sobre con sacarina, con leche largo de café y una mediana con leche fría y no se le va ni una al tío. Y de carrerilla te dice la alineación del Betis sin titubear, te cuenta cómo está la clasificación de la fórmula uno y te cuenta tres chistes seguidos entreveraos con una chirigota, porque su madre es de Cádiz, digooo!!. Que se mueve como el puñetero Messi entre el magma de gente sin derramar ni una caña. Un malabarista de la bandeja, un genio en el campo. Un estresao en la vida. 

El camarero ilustrao-estirao. El moderno, fotógrafo, actor, periodista, y artista in process… que sienten que no se merecen estar allí, que la hostelería sólo es su tarjeta para seguir creando. Ese que piensa que a los que sirve son una pandilla de paletos tocapelotas. Que te sirve el café con doble ración de superioridad y ego. Un café que te sienta peor que unos callos a las 2 de la madrugada. Un tipo que corta la leche con tocar la taza. 

El camarero extranjero. El panchito, el chinorri, los que no se enteran ni del nodo y además se la suda. El pachorrismo sudamericano al que le pides tres cañas, dos refrescos y un zumo de naranja y te acaba trayendo un vaso de agua para refrescarte, con una caña de chocolate y una naranja pelada. Y eso después de tres horas. O el chino, al que para pedirle, necesitas el Word Reference, con el que tienes que jugar a las películas para que entienda la comanda, y gesticular una cerveza... va que te vá, pero si quieres pincho de morcilla… ahí lo dejo.

El camarero autista. Aquel que mira, pero no ve. Ese que está a dos metros de tí, tú con la mano levantada como cuando la profe de quinto de EGB (sí tengo más de treinta) hacía una pregunta y te la sabías, estirabas el brazo hasta el infinito para que te preguntase a tí, pero nunca lo hacía y al final le preguntaba al de al lado, y el camarero sirve a al de al lado también. Ese que hace que mira a ver qué falta, pero en realidad le jode que alguien le pida y se hace el longui.  El que te está viendo y consigue concentrar su mirada al infinito como un zombie y pasar de tu culo. Y entonces te metes en la guerra, juegas a su juego, sucio, ruín. Y levantas el brazo, pero en vez de con la mano estirada haciendo un gestito como apuntando, vamos el típico gesto de "te pido la cuenta" y en ese momento el camarero te ve y como un cervatillo, ingenuo, vulnerable, acude a la recogida de pasta y es cuando tú le dices, con sonrisa perruna y sabiduría baretera: "tres birras y dos vinos" y él te mira con cara de odio porque sabe que se la has colado y esta batalla es tuya. Eso sí, ya veremos quien gana la guerra, porque él siempre tiene la sartén y la bandeja por el mango.

Y por fin, esa especie, en peligro de extinción, escondida, pero presente, más preciada que unos Loboutin o el último modelo de iphone en China.



El camarero perfecto, el enrrollao. Al que le gusta su curro, y si no le gusta, lo disimula, porque lo que sí que le gusta es la gente, es agradar. Que te regala una sonrisa y quizá también una ronda cuando has repetido tres veces. El que te reconoce si saludas cada mañana y se queda con el puto café que pides, después de pedir lo mismo durante siete días seguidos. El que no necesita hacer broma chunga ni pone excusas, ni te hace favores. Ese al que todo el mundo deja propina y sonríe y le trata bien porque él también lo hace continuamente. El que tiene otra vida, la que sea, mejor o peor, con sueños de ser otra cosa, u orgulloso de ser lo que es, pero que mientras está con su bandeja disfruta, aporta y se empapa. Al que le perdonas un error porque los clientes cometemos muchos. Un tipo que quizá no está bueno, ni es guapo, pero sí atractivo, porque tener buen rollo y regalar sonrisas siempre es atractivo, se tenga la edad que se tenga. Un Dios del delantal, el Adonis de la alegría, el héroe del buen servicio, el Supercamarero. El que debería llevar capa y turbopaquets, aunque también en su otra vida sea periodista.

Si localizan a alguno de estos, cuidénlo, no los mojen, no los expongan a la luz, no les den agua y que no coman después de las 12, que luego pasa lo que pasa… y siempre preferí a los superhéroes antes que a los Gremlins.

1 comentario:

  1. Estuve leyendo este post por la mañana, en el metro, y me descojoné con esta descripción tan justa de los modelos y estereotipos de camareros ! De hecho, puedo decir con certeza que fui el único en reirme entre mis compañeros de viaje, todos con esta cara de lunes iendo al curro.

    Sigue escribiendo así !

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