domingo, 23 de junio de 2013

MI CUADRO DEL DÍA: ODA A LOS VIEJOS

En este mundo en el que el vintage se lleva tanto… extraña que no se lleven los viejos… este post y mi lanza a favor de las arrugas, la experiencia, el bagaje vital, las canas, la voz mesurada con pausas de sabiduría, las dentaduras postizas y no las fundas blanco nuclear antinaturales que se pone la peña y las tena Lady si me apuras.

El otro día estaba en una bar, en pleno Malasaña, de esos bares que consiguen un hermanamiento y una comunión generacional a base de precios baratos, pinchos contundentes y cañas rápidas acompañadas siempre de papa frita.  De esos que logran conciliar las rancias pensiones de los abuelos y las escaseces propias de los teenagers, extremos y víctimas de los recortes a partes iguales. Viejos y jóvenes codo con codo, o hincando el codo más bien, en un mismo espacio y movidos por los mismos objetivos, llenar la barriga sin vaciar el bolsillo, malabarismo vital hoy día.

Y allí estaba, en medio del olor a fritanga que difuminaba las comandas de los camareros… la escena más tierna que he visto en mucho tiempo (y olvidaros de fotos de mascotas, de perritos pequeños, o bebés soñando plácidamente) esto era tierno de verdad. Cuatro abuelicas tomando "el vermut". Bebiendo un botellín en el que dejaban marcado el carmín rojo de los domingos, limpiando el plato al instante y exigiendo pincho por cabeza como los estudiantes, porque como ellos, no renuncian a su oasis dominical por falta de pasta. 

Eran cuatro abuelas vestidas de domingo, que habían paseado su traje de colores chillones por los bancos de la iglesia más cercana en misa de doce. Abuelas sin perlas ni chaquetas corte Chanel. De las que cuentan historias y céntimos durante toda su vida… o lo que es peor, se los han contado a ellas. Viudas alegres que por fin van al bar solas como lo hacían sus maridos, que han conquistado trocitos de libertad cambiando el bitter por una cerveza sin aguantar la mirada de un marido Torquemada. Cambiando su luto por una alegría, por una mañana “un poco piripi” como se susurran al oído después de la segunda cerveza. Mientras a su lado con cara de nietos… unos jóvenes comentan también su “pedo” del sábado mientras repliegan el plato de paella empapando la resaca en cada cucharada.

Dos estampas tan diferentes, tan lejos y tan cerca. Es cierto eso de que según nos hacemos mayores volvemos a ser niños, lo ves en sus miradas. Las mismas retinas, cubiertas unas, por gafas de pasta rancia y otras por las de sol que camuflan las ojeras trasnochadas.





Me da pereza la juventud, así lo digo, sobre todo cuando miro a las cuatro y veo la vida casi interminable que han cargado a sus espaldas, hoy ya corvadas y chepudas, porque entonces el peso de la vida era más grande que la ligera mochila con que viajan hoy los Erasmus. Observo los surcos de las manos, con uñas pintadas de rojo y dedos chupados para no desperdiciar ni una miga de la patata. Me gusta más estar piripi que pedo y ser carroza que demodé. Me gusta que me cuenten historias, que cuentos ya me sé unos cuantos..., quizá me esté haciendo mayor. Benditos bares y benditos viejos… hasta Coca Cola tiene más de 100 años… por algo será.

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