Ayer estuve
en Madrid, pero en otro Madrid, ese que sólo se ve desde el cielo. Las terrazas
de Madrid. Como quien se sube a una noria para pasar la tarde… y comprueba que
es más que una diversión, que un pasatiempo, una nueva cara de la ciudad se
abre a tus ojos. Como una fiesta clandestina, sólo para privilegiados, los que
tienen el santo y seña, y los santos aquí arriba están más cerca.
Desde
arriba la felicidad campa a sus anchas. No tocas el barro, las putas de la
calle Luna, de Estrella vuelan. Ellas intentan estar más cerca del cielo
pisando con sus tacones los astros, pero hasta que no te subes a un balcón, a
una azotea, no te olvidas de su propia miseria.
La grisura
del asfalto se vuelve multicolor cuando alcanza el cielo. Terrazas azules,
amarillas, llenas de flores, de sillas de madera… Abajo, los bancos son de
piedra y las flores… desfloradas hace ya tiempo, se marchitan en Desengaño a
veces, por el verano y a veces, por el veneno…
No hay
ruidos, desaparecen, son devorados por las ventanas y las paredes del primero,
del segundo, del tercero y cuando llegan al quinto, han cambiado su nombre como
un refugiado, se llaman de otra forma, ahora son Don y Doña silencio.
La cerveza
sabe más rica arriba, porque la tomas por encima del hombro, porque la saboreas
altiva.
Te mides con los gigantes, la Torre de Madrid, el enchufe de Colón, la
Torre Picasso, las Kio, achicas un ojo y las rozas con tu dedo, pequeñas, a tu
altura por fin, aunque no hayas pisado esas torres ni en sueños. Mientras los
ejecutivos las desgastan, tú por fin, las ves a tu lado, te mides con ellas,
con ellos…
Arriba
estás escondido, nadie te ve, pero tú lo ves todo, a todos… creas tu
"Ventana Indiscreta", observas…, la rutina de una familia frente al
reality de su vida, una pareja que se mete mano en el sillón, comiendo a
bocados palomitas furtivas, porque las que mejor saben son las que se escurren
entre la entrepierna y entre bocado y bocado... Las piernas morenas de la
vecina de al lado, tumbada, retando al sol a ver quién aguanta más, pero sin
mirarle a los ojos, un juego cobarde que como siempre, acaba untando crema… así
las cosas pasan más fácil, sin estreses, sin dolor, sin pena…
Tiras cosas
desde arriba y cuando llegan al otro mundo, al subsuelo… se rompen, como la
realidad y las promesas. La vida mola más desde arriba señores, a no ser que te
quedes ciega… ya saben, gafas de sol, una buena crema, compañía y si todavía
cabe… invítenla a ella, la felicidad… que es de altas miras, de acueductos de
norias y nubes, y ferias, acampa solo en las terrazas cuando no la llamas, ella
trepa hasta tu azotea.
Brillante, como siempre. Me gusta Madrid, desde cualquier perspectiva. Pero desde ahí, desde esas terrazas que tan bien describes, parece que estás más cerca de ese cielo que esta ciudad promete...
ResponderEliminarGema